23.12.10

6.50 a.m.

Salir del edificio cuando el portero todavía duerme. Cruzar corrientes por la mitad, sin mirar. Llegar a la parada del 168 y que venga rápido, subir y no sentir olor a bondi.

Elegir asiento; en el viaje el colectivo avanza ininterrumpidamente a más de 20km/h en los tramos sin semáforo y sin parada. El Abasto cerrado, mudo. Miserere vacía, todavía no se descargaron los primeros trenes que vienen repletos desde el lejano oeste.

Me bajo tocando el timbre un sola vez, el chófer puede verme por el espejo; le digo chau, le digo gracias. La calle está mugrienta y hay que esquivar señoras con mangueras que le lavan los pies. Se siente el olor a facturas que se terminan de gestar y se ven las facturas protagonizando vidrieras en las panaderías recién abiertas. El café de la esquina ya amaneció, pero todavía no tuvo ningún comensal. La señora de Moreno entre Cevallos y Solís duerme arriba de varias de sus mantas. Un caniche y un chihuahua dueños de la vereda y de sus dueños, que llevan la correa tensa con un brazo flojo y mucha cara de dormidos.

Finalmente termina el viaje; 6.50 a.m. entro primera a la oficina con la alta recompensa de haber hecho Almagro-Montserrat con verdadero aire fresco pegándome en la cara y cuando me acomodo en la silla que me dará alojo por las siguientes 7hs, pienso en las postales del viaje.

La ciudad amanece vacía y en silencio, se la escucha respirar pesado y bajito, se la ve en paz, inocente. El sólo pensar en lo que se va a convertir en el transcurso del día, me lleva a decir lo que una mamá diría de su nene travieso; "si, es bueno solamente cuando duerme".

1 comentario:

Male dijo...

Genial. Me encantó "el cierre", la analogía del final.