1.10.10

De Octubre a Octubre.

La primera vez que la vi fue la primera vez que fui desde la oficina a la facultad y por mucho tiempo estuvo ahí como algo que está en algún lado. Sin embargo, la primera vez que la noté fue mucho más tarde y desde ese día pasó a ser una señora en la vereda de Moreno, entre Cevallos y Solís.

Una señora gorda gorda, en la vereda, sentada arriba de unas bolsas de consorcio negras rellenas de cosas blandas. Las patitas se le veían cortas, casi como que le quedaban colgando. Los cachetes regordetes y colorados. En la cabeza pelo corto. A veces voraz, engulliendo algo farináceo. En días fríos, canas cubiertas con un gorrito y mucha ropa en todo el cuerpo. Mucha lana. Guantes tejidos.

Le adjudiqué un gran número de historias. Hacer eso con la gente en general, es mi pasatiempo urbano. Entre todas, las que más cotizaron eran la de la señora cartonera porque por Montserrat está lleno de cartoneros que duermen de día (pero, y los cartones?), o la de que trabajaba de noche y estaba descansando antes de irse a su casa. Pero me quedé con la de que estaba esperando a alguien que la levante, a ella y a todos sus bártulos. Claro, seguro había hecho una compra grande al por mayor para su negocio (que las guardaba en las bolsotas) y estaba esperando. Todas las mañanas tenía que hacer esa compra de ese algo tan voluminoso y blando, y todas las mañanas esperaba a que la pasen a buscar (no iba a viajar con semejante equipaje).

La escena se repitió de Octubre a Octubre, muchas mañanas y muchas tardes. Yo yendo, yo viniendo; de tapado, de jeans, de botas, de remera, de pollera, de zapatillas, de paraguas, escuchando música, hablando por teléfono, con el pelo suelto, con hebilla, con colita, apurada, con mochila, con morral, con bolsas de súper. Siempre hacia o desde la oficina, saliendo o entrando al hipócrita y burocrático mundo trajeado de la gestión pública, me topaba con la señora que compraba al por mayor y esperaba que la vengan a buscar. Ahí, en Moreno, entre Cevallos y Solís. A veces en la vereda de enfrente, a veces más allá.

Pero un día la escena fue levemente diferente. Con una sonrisa amable, miró y me dijo ‘disculpe señorita, que día es hoy?’ Era Miércoles 29. Tuve que parar la marcha para ponerla al tanto y no me quedó más remedio: la vi.

De repente, abrí los ojos. Una señora le daba una taza de té caliente. Las bolsas eran las mismas. La ropa estaba deteriorada. Adentro de las bolsas había frazadas. El gorrito era el mismo del Octubre anterior. Engullía lo que podía. De Octubre a Octubre me había creído una historia que no podía ser, por donde se la mire.

La señora gorda gorda de la vereda de Moreno, entre Cevallos y Solís, estaba cansada y tenía hambre.

Y vivía ahí.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy humano tu escrito, realmente me impresionas, porque a veces tu forma "CIENTIFICA" de ver la vida, de descubrir que la fe no es más que un simple enunciado humano para aliviar los dolores espirituales que no se pueden arreglar con masajitos, o no será que estas en un hermoso camino de crecimiento(llamalo como quieras) pero veo que lo estás, Cada vez estoy más orgulloso de vos, por tu humanidad "Escondida" jajaja.Te amo ¿Lo sabiás? Besos