24.7.11

Privilegio.

Mezcla de miedo, adrenalina y vértigo es la sensación que me recorre cuando quedo parada en uno de los boulevardcitos de la 9 de Julio mientras está el semáforo verde. Ése cuadradito de cemento es todo lo que tengo para no morir estampada contra uno de los tantos autos que pasan y pasan y no se le distinguen las ruedas. 

Llego a ese lugar sin querer, quedando atrapada porque el semáforo adelante mío abrió antes de que yo pueda poner el pie en la calle. No puedo hacer más que esperar y, mientras tanto, cerrar los ojos.

De repente el semáforose pone rojoj y el tránsito se frena. Avanzo a paso firme pero me tomo mi tiempo. 

En eso, decido frenarme en la mitad.

Me doy el lujo de pararme en el medio de la 9 de Julio y mirar a los ojos a los conductores inmóviles sobrándolos, sonriendo. Los miro, me miro los pies, miro hacia donde van y de donde vienen. Respiro. Es un momento único, con final anunciado pero mágico. Un privilegio.

El reloj empieza a llegar a cero, sigo caminando y, cuando pongo un pie en lel cordón, el semáforo abre.

Así sigo mi camino poco particular por la vereda. Pero siempre, si los edificios me lo permiten, por la vereda del sol.

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