Anoche, surfeando la web, me topé con un acertijo muy copado. Siempre que me encuentro con ese tipo de desafíos, no puedo evitar suspender todo lo que estoy haciendo para agarrar lápiz y papel y ponerme a pensar. Lo resolví. Hoy se me ocurrió planteárselo a mis amigos y conocidos, a modo de una propuesta divertida e interesante. Claramente, no todos son tan obse y fanáticos como quien escribe, por lo que obtuve respuestas muy diversas del público; desde los que lo agarraron con el mismo entusiasmo que yo y me amenazaron de muerte si les soplaba la solución, los que se resistieron un poco a pensar pero lograron hacerlo con alguna pista o estímulo, los que apenas pensaron y al ratito me reclamaban a gritos la respuesta, los que rotundamente se negaron a pensar pero también inmediatamente me reclamaban la respuesta, y , por último, los que rotundamente se negaron a pensar y no les importaba la respuesta (o sea los que me mandaron a cagar, básicamente). Finalmente, mi acertijo se terminó convirtiendo en un pseudoexperimento del cual solita se desprendía una reflexión.
Todo esto me llevó a darle forma a un montón de ideas sobre la gente, que no entiendo del todo. El acertijo fue una pavada atómica que me recordó lo que hace bastante noto, y es la tendencia general a una gran resistencia al esfuerzo. Particularmente, al que implica usar las neuronas. Hoy por hoy, el común de la gente no piensa. No piensa cuando hace, no piensa cuando escucha, no piensa cuando lee, no piensa cuando ve. No filtra información. No discierne. No se involucra, incluso en cuestiones que tienen que ver con uno mismo. Termina siendo un receptor pasivo.
Personalmente, la falta de conocimiento me motiva, me moviliza. Pero lo común es totalmente lo contrario; que el esfuerzo para lograr algo hace que se decida abandonar sin siquiera intentarlo. A veces desistiendo de entrada, y otras luego de un previo tanteo de ver si se puede alcanzar el objetivo con un minimísimo esfuerzo que se convierte en nulo, cuando se cae en la cuenta de la magnitud de la dificultad (eso me vino a la cabeza cuando los menos obstinados respondieron rapidamente al acertijo, arriesgandose con las respuestas más obvias, imposibles por la misma razón). Todo queda reducido a enormes ganas de obtener un resultado, sin trabajar para lograrlo. El facilismo nos invade y nos inunda, trazando el camino a una pérdida del orgullo personal que no comprendo. ¿Que más gratificante que tirarse a gozar de un logro propio?
Se me ocurrió que puede ser desinterés. Pero llegué a la conclusión de que en la mayoría de los casos es temor. Tanto el temor al fracaso como a enfrentarse con la propia ingnorancia sin la certeza de ser capaces de salir de ella, produce parálisis. Pero cuando nos animamos a ser originales y no entrar en esta bolsa, viene lo bueno del caso. El premio. Porque después de lograr vencerla, nos damos cuenta de que estamos varios pasos más adelante que nosotros mismos.
Y no hay mayor satisfacción.